domingo, diciembre 26, 2010

Defensa de Marco Aurelio

A propósito de un artículo publicado en el blog Puente Aéreo(http://puenteareo1.blogspot.com/2010/11/denegri.html)

En lo que concierne al arte de la palabra, junto con mis primeras lecturas digamos “en serio”, tuve una de mis lecciones auténticas viendo a Marco Aurelio Denegri en su programa televisivo del canal estatal. El polígrafo desglosaba el tema del haiku —poesía de origen japonés que conecta lo instantáneo con lo eterno—, lo definía en los sentidos amplio y restringido, con precisión y didáctica tales que en la primera explicación la idea que me formé fue clarísima; y con tal solvencia que por las analogías que presentó de la misma con formas de expresión de otras artes como la fotografía y la pintura, comprendí cuál era el sentido artístico en particular que tenía aquella forma de poetizar.

En otra ocasión, viendo siempre su programa, lo oí ejemplificar la musicalidad y la carencia de ésta en poesía recientemente publicada. “La poesía es ritmo, fluencia para los griegos, por eso ‘ritmo’ viene de la palabra ‘río’ en griego” explicaba el señor Denegri. En sus ejemplos, mi intuición me hizo reconocer de inmediato la certitud de lo que decía; pero, como lógico y teórico que soy, me perturbó no encontrar con la misma inmediatez las razones fonéticas de tal comprobación. Me documenté entonces y comencé a estudiar el sentido musical de la poesía… lo que aprendí de esas lecturas corroboró lo aseverado por él.

Antes que extenderme latosamente en otros recuerdos similares, quiero rememorar dos anécdotas vistosas protagonizadas por el señor Denegri, que a mi ver dejan qué desear de él, no sin haber aprendido a partir de su disertación. La primera es cuando aseguró que era inverosímil un pasaje novelístico de Oswaldo Reynoso en que unos borrachos persiguen ratas, pues se lo imposibilitaría el mismo estado de beodez; este comentario fue con muy buen humor respondido por el narrador arequipeño, quien invitó a su crítico a tomar “unas chelas” en una cantina de callejón y ya de borrachos perseguir ratas a la salida, ¡y atraparlas! Sabia respuesta, de un maestro.

La otra anécdota es menos festiva; comentando el señor Denegri un poemario de reciente publicación, observó que la imagen tu mirada y mi mirada forman un arco voltaico carecía de poeticidad porque, según él, nos remitía directamente a un aspecto técnico de las ciencias fácticas, en este caso de la física o de la electrotecnia, sacándolo a uno del mundo de la poesía. Creo muy probable que un electricista o un técnico en soldadura, familiarizado con arcos voltaicos y que hasta quizá se sienta fascinado en la contemplación de éstos, lea esa imagen y no se le haga una traba semántica sino que más bien se contagie de su fluidez y se deje llevar grácilmente por el ritmo del poema (si es que lo tiene). La misma imagen sería muy difícil de digerir por un lector no familiarizado con aquél fenómeno físico, aunque lo conozca (restringido, claro, a un ámbito de la ciencia), y devendría atroz cascada en el río de la poesía o, lo que es peor, remolino fatal que tragándose el tiempo mismo, se chupara al intrépido lector.

Pero cuando escuché aquella vez al señor Denegri criticar esa imagen poética, no había tenido aún tales cavilaciones y lo entendí como una ley general, exactamente como me parece que él lo asumía. Eso me perturbó, más aun cuando lo escuché, totalmente seguro de sí, afirmar que en poesía no se pueden usar términos como “solenoide”, “gen”, “migraña” o “dialéctica” porque pertenecen a sus respectivas jergas especializadas, y porque eso mataba a la poesía. Reparé de inmediato en uno de los Poemas Humanos que más me había fascinado de César Vallejo. Dice el vate en “Los nueve monstruos”: Jamás [...] la migraña extrajo tanta frente de la frente. El término en cuestión es “migraña”, tomado de la jerga médica, pero que hoy nos es muy familiar (no sé si lo haya sido en la época de nuestro más grande poeta); sin embargo, el poema no perdía un ápice de fluencia, ganaba más bien con dicho término. Yo estaba perplejo; sólo hubo algo que hacer: escribirle a Marco Aurelio Denegri.

La respuesta llegó en una transmisión televisiva. El señor Denegri comentaba el mismo asunto y se refirió a quienes sosteníamos que, bien usadas y según el contexto, podrían caber tales palabras especiales en la poesía: “Y no porque digan que Vallejo usó ‘migraña’ se va a poder usar ese término en poesía. Ni los grandes genios están exentos de pifias”. Me sonó falaz, mecánico, y me quedé con la idea propia que me había formado y que después mejoré con algunos nuevos conocimientos, discrepando más de él.

Todo esto me sirve para sustentar lo siguiente, que valdría a cualquiera como me vale a mí. No es el señor Denegri -¡nadie lo es!- alguien a quien se le deba creer por principio como si fuera el sumo poseedor de la verdad o de la virtud. Él mismo ha cuidado siempre que no se lo tome como tal: “Puedo equivocarme. No pretendo ser el depositario de la verdad”. Incluso recuerdo con admiración que una vez reconoció, ante un cuestionamiento crítico hecho por un televidente, haber hecho en su programa un comentario racista e insultante, pidiendo de inmediato disculpas por el error.

A raíz de una crítica discutible, aunque bien fundada, del señor Denegri a una novela de Santiago Roncagliolo, el crítico literario Gustavo Faverón sugiere en un artículo reciente que La función de la palabra, el programa televisivo del señor Denegri, salga de la programación televisiva del llamado canal de todos los peruanos porque éste “no sabe nada de literatura”. Yo creo que más importante que el hecho de que sepa o no, es que sabe enseñarla (lo que ya mostré con dos ejemplos). Otra sentencia dilapidante del señor Faverón: “Denegri hace daño a la literatura peruana”. Yo me pregunto qué es lo que él esperaría, ¿talvez un omniscio que tenga la última palabra en todos los temas de que trate?, ¿acaso alguno de esos profesores de saber hegemónico de los que no se puede discrepar por la autoridad intelectual verticalizante, consensual, que infunden? ¡Tamaño contrasentido pretender animadores culturales que conduzcan a riendas a un público desprovisto de actitud escéptica y crítica, piedra de base de todo conocimiento real! No en balde decía Bertrand Russell que antes que a creer hay que enseñar a dudar.

Marco Aurelio Denegri no es la cultura, pues la cultura es inabarcable por una individualidad, no lo hizo Borges, no lo hizo Nietzsche (dos grandes que podían ser considerados bibliotecas andantes en su tiempo). A veces la erudición nos deslumbra cuando nos sentimos muy lejos de ella; pero no podemos rendirnos intelectualmente ante una sola persona o grupo. Y menos anhelar gurúes que den pie a rebañismos culturales. Eso lleva al fundamentalismo. La cultura es un hecho social e histórico que nace de la colectividad y a ella vuelve en la creación. El amante del conocimiento busca mirar en todos los ángulos, sin entreguismo.

¿El señor Denegri hace daño a la literatura peruana? Sí, en un sector de su audiencia. Todo escritor, todo crítico lo hace si tiene (o pretende) un público que se contenta con tener esa postura intelectual pasiva, presos de una pereza cerebral diabólica, tan ajenos a sí que daría lo mismo verlos entregados al mejor programa cultural que a cualquiera de esos shows de bailes desvaídos e incentivos venales a cambio de explotar la necesidad material de alguna gente.

La virtud del señor Denegri, por la que merece estar donde está, es su erudición en diversos temas de la cultura, la literatura incluida; lo cual le permite darnos un amplio espectro por donde conducir nuestra investigación personal en los temas que nos interesen. El señor Faverón pide un verdadero crítico literario, es un pedido razonable en el sentido de que este programa de disertación no se restringe a lo literario, sino a temas culturales variados, pues su conductor es un polígrafo, no un crítico literario ni un sexólogo, según sus propias palabras. Para el señor Faverón, Denegri engaña al público con su ignorancia palmaria de la literatura, nada más falso; cambio la sentencia de Faverón, en el sentido de acomodarla a mi visión, o acomodarme a la suya: ¿lo engaña con esa cerrazón academicista que a muchos incomoda? Tampoco, él funda su crítica, la más chocante para los que piensan como el señor Faverón, en formulaciones de grandes escritores, que también hablaron con fundamento: Flauvert, Cortázar, Borges. ¿Y su conservadurismo? En literatura él es un difusor más que un creador... La pregunta importante es más bien: ¿se suele equivocar en su crítica literaria el señor Denegri?, sí, pero no en la actitud, no a priori; sino más bien, y lo creo con todo el respeto que él me merece, por limitaciones de las que ningún intelectual se puede asumir exento. A veces simplemente uno “no la ve”. Concluyo: no sólo por su conocimiento de la literatura sino por su erudición en otros campos de la intelectualidad, y esto va como una apreciación personal de la que estoy muy seguro, el señor Denegri está ahí porque, en innumerables casos, sí la ve, como ningún otro.

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