miércoles, enero 12, 2011

Arte y ciencia ¿por la humanidad o en contra de ella?


Ni a la ciencia ni al arte se les puede exigir consecuencia con algún constructo de preceptos morales o políticos. Las virtudes que hacen que la creación humana sea arte o ciencia, están más allá del dominio de cualquier corpus ético preestablecido. Ambas se constituyen al margen de los preceptos; aunque siempre, una vez que llegan a interactuar con otros elemenos de su medio social e histórico, cumplen el rol añadido de fundarlos, ratificarlos o combatirlos.

No hay ninguna razón, por ejemplo, para sostener que por cruenta y salvaje la tauromaquia no es arte (y menos para decir que no es cultura). Los críticos de esta afición tienen razones de sobra, basadas en principios éticos, para impugnarla; pero no es aceptable tacharla de antiestética, eso sería pontificar. Y a quienes la siguen y la practican se les debería pedir desde luego un manifiesto ético sobre su posición frente a la tortura y asesinato alevosos de seres provistos de emociones; mas no pedirles que la justifiquen como arte y cultura, que eso lo pueden hacer de llano.

En el siglo pasado, los etólogos han probado que el racismo y la xenofobia son conductas innatas de nuestra especie, nos son connaturales, las heredamos en los genes. Y a su vez han probado que el amor y la solidaridad, la filantropía, son comportamientos creados o aprendidos culturalmente, que no nos han sido dados por la selección natural. Estamos programados para colaborar con el grupo, lo que eran las hordas en nuestros primeros estadios como homo sapiens. Pero ahí queda nuestra solidaridad, que evolutivamente surgió como una manifestación embozada del egoísmo del gen; lo demás es competencia, individualismo y guerra, la manifestación directa del egoísmo del gen(*). El humanismo es entonces construcción cultural, el amor al prójimo y al lejano es un logro de la creatividad humana; porque felizmente también es evidente que la cultura puede imponerse sobre nuestra naturaleza.

Ejemplos sobran. Podría decir como Óscar Wilde, sin temor a equivocarme, que el arte no es moral ni inmoral, sino amoral. Hay tanta literatura, cine, pintura… que carcomen la moral contemporánea, que quiebran la ética de su tiempo y la renuevan. Muy claro es Picasso cuando afirma que la pintura no es adorno de paredes sino arma de guerra, pues es arma de un combate por unos preceptos o por la intuición de ellos, y contra otros que el artista no tolera.

En las ciencias es más evidente la cosa. La física, la psicología de masas, la economía, son instrumentos que permiten crear modelos subjetivos de la realidad para creer que la entendemos, y acomodarla a nuestros intereses. Para matar, para esclavizar, para explotar al hombre; o para curar, para servir, para liberar.

Y por eso la ciencia no es suficiente. Por eso el arte solo también enajena -los invito a ver “El triunfo de la voluntad”, apología del nazismo y obra maestra de la cinematografía universal-. En verdad no somos homo sapiens, el “hombre que sabe”, menos todavía en estos tiempos; somos más bien el “hombre que cree que sabe”.

Para salir de esta trampa: la filosofía, ese conjunto de disciplinas que permiten dejar de saber para comenzar a saber, y saber para dejar de saber.

(*) Para un claro entendimiento de este concepto sugiero la lectura de "El gen egoísta", obra crucial del zoólogo y biólogo evolucionista Richard Dawkins.

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